
Ser Madre es la dulce labor que Dios nos ha encomendado a cada mujer, extendiendo la vida de dos seres que se aman para formar un delicado capullo que crecerá en el interior de nuestro cuerpo, suave y delicado como un pétalo de rosa, pero al mismo tiempo firme y protector para el cuidado de nuestros hijos, delicados e indefensos al momento de nacer, y que después de nacido, y aún de mayores, seguirán siendo delicados y frágiles, con la necesidad de protección de una madre.
Los hijos crecen, y nuestra labor se extiende, seguiremos adelante con el paso firme, para poder cuidarlos, aconsejarlos, acompañarlos y amarlos, con mucha más fortaleza que el momento en que llegaron a la vida, con más amor, con más compresión, y con la sabiduría de poder guiarlos por el buen camino.
Ser madre es ver crecer a una parte de una misma en los hijos, es cuidarlos, alimentarlos en tu regazo, acariciarlos, escucharlos, aconsejarlos, es llorar con ellos cuando están tristes, y es reir con ellos cuando están contentos. Es pasar las noches en vela cuando están enfermos, es disfrutar hasta emocionarnos con sus primeras palabras, sus primeros pasos, sus primeras tareas, es dar la vida por ellos y para ellos.
Es realmente una misión maravillosa, a veces difícil, pero no imposible, tengo la dicha de poder decir que soy madre de tres hijos maravillosos, y por eso doy Gracias a Dios, por haberme permitido tan importante misión.
Esta publicación quiero dedicarsela a mi mamá, Violeta. Y también a mis hijos (Diana de 8 años 10 meses, y mis mellizos Christopher y Carolina de 1 año 7 meses), por haberme dado el maravilloso beneficio de ser madre.
Con amor, Cecilia.